domingo, 6 de febrero de 2011

Con 60 puntales trataron de evitar caída del edificio Málaga

Suceso: A pesar de los esfuerzos, el edificio cedió y terminó desplomándose y matando a 15 personas que se encontraban en él.

Cristian Massud Lozada / El Deber.- Óscar Encinas terminó de comer su cuarto de pollo y no le apeteció tomar soda. Quería agua. Caminó por la rampa de salida del edificio en busca de un grifo, pero un ruido lo estremeció y lo hizo mirar hacia atrás. Provenía de una de las columnas del sótano que colapsó ante el peso de la obra. “¡Salgan, salgan, se derrumba!”, gritó a sus colegas. Empezó a correr y vio cómo los demás lo seguían, pero cuando se detuvo en la calle, estaba solo. El “Málaga” se encaprichó en no dejarlos salir, los abrazó entre las losas y los devoró en cuestión de segundos.

El “Málaga”, un edificio de diez pisos, se había reducido a escombros en cuestión de segundos. Eran las 21.37 del lunes 24 de enero. Lo sabe Rubén Puma López, un encofrador de 19 años que trabajó en la obra, a quien llamaron para informarle del desastre. La hora quedó registrada en su celular.

En la mañana de ese oscuro lunes, la obra parecía continuar su curso normal. A las 11.30, tres columnas, a dos metros del ascensor, se rajaron y los fierros se doblaron, según relatan los sobrevivientes. De inmediato, los obreros le informaron a José Luis Camacho (contratista) y éste ordenó que las apuntalen. Después avisaron a los ingenieros Enrique Alarcón y Armando Ribera. El martes, a primera hora, se había pensado hacer otro pilar para seguir reforzando la obra, pero fue demasiado tarde.

Bernardo Paco, otro de los cerca de 80 obreros que trabajaron esa jornada, dijo: “El edificio se bajó más”, a lo que Camacho contestó: “Hay que seguir apuntalándolo”.

“Por la tarde sentimos que el edificio se asentó cerca de dos centímetros”, contó Puma. “De chiste en chiste dijimos que el edificio se iba a caer, pero nadie lo tomó en serio”, lamentó. Él tenía como mano derecha a Rubén Urzagasti, la última víctima encontrada entre los escombros.

Los ingenieros Ribera y Alarcón llegaron al lugar cerca de las 16.00, acompañados del arquitecto Marcelo Niño de Guzmán. Miraron el edificio e ingresaron al sótano, el lugar que horas después se convirtió en su tumba.

Raúl Puma se salvó de la desgracia porque se retiró a su casa a las 17.30, mientras que el sereno Óscar Gutiérrez y los obreros Bernardo Paco y Óscar Encinas huyeron cuando el “Málaga” crujió.

Esa noche, antes del derrumbe, Óscar Gutiérrez despachó a su mujer y a sus tres hijos para que cenen fuera. Cuando todo se vino abajo, sólo él sufrió heridas. Por su parte, Paco se salvó porque se apegó a una pared, cerca de la salida.

Celia Ochoa y su hijo Ricardo, de tres años, vivían a lado del “Málaga”. Sintieron que el suelo tembló y lograron ubicarse en una esquina de su cuarto. Sufrieron heridas leves, aunque ahora el niño tiene varios puntos en su cara y en su cabeza.

Óscar Encinas (hermano de José Luis Encinas Bravo, el capataz de otra obra comandada por Camacho) también trabajó en el edificio Málaga y reveló que durante todo el día lograron colocar 60 puntales. Él recordó que el ingeniero Armando Ribera les dijo: “Apuntalen nomás”. “Y nosotros obedecimos”, informó.

Más tarde, Alarcón les dijo: “Me alegro mucho por ustedes”. Y para premiarlos por el buen trabajo que hicieron, mandaron a comprar alrededor de 25 cuartos de pollo. Los obreros cuentan que siempre se pedía bastante y no importaba si sobraba.

Entre los obreros también estaba Antenor Daza, que relevó a Limberg Ortiz esa noche, y Mario Rojas, que fue trasladado de una obra en construcción por la zona del zoológico hasta el “Málaga” para que ayude a apuntalar. Tenía 21 años y dejó a un niño de cuatro años en la orfandad.

El vecino que todavía tiene en la retina el edificio desplomado es Jimmy Dorado. Él estaba mirando una película de acción en el canal de cable TNT cuando sintió que le jalaban la cama. En cuestión de segundos se levantó y salió corriendo a la calle para saber qué pasaba.

“¡Salgan, salgan, es un terremoto!”, gritó. Ya en la vereda vio cómo una manta de polvo se levantó queriendo alcanzar el cielo. En ese instante, varias personas salieron despavoridas de sus casas y una señora hasta se cayó por intentar ver lo que sucedía.

Dorado corrió media cuadra para acercarse hasta ese lugar, que despidió un polvillo que se pegó al rostro e ingresó por las fosas nasales obstruyendo la respiración.

No era un terremoto, el edificio Málaga se había desplomado, la misma construcción que visitó el viernes 21. Él recuerda que ese día preguntó los precios de los departamentos, subió hasta el segundo piso y observó la habitación y el baño, después salió casi convencido de trasladarse allí, pero ahora agradece a Dios por evitarlo.

“No sé qué voy a hacer, porque no tengo trabajo y aún me deben plata”, culminó Rubén Puma, después se alejó para acompañar el cortejo fúnebre de su amigo Urzagasti.

Para destacar

11.30: tres columnas comienzan a presentar problemas graves. Inmediatamente, los obreros avisan a José Luis Camacho.

11.45: llega Camacho y ordena apuntalar las columnas.

15.30: los obreros sienten que la obra se asienta más y los fierros comienzan a doblarse.

16.00: el grupo de ingenieros, encabezado por Armando Ribera y Enrique David Alarcón, llega al lugar. Al ver lo que sucedía, piden que se siga apuntalando.

21.37: se suponía que la obra estaba asegurada por los 60 puntales, pero una de las tres columnas no soporta el peso y se colapsa.

El edificio Málaga, ubicado en la calle Monseñor Salvatierra, entre Independencia y René Moreno, se desploma, devorando 15 vidas y cinco casas aledañas.

21.55: las brigadas de la Gobernación, la Alcaldía, Bomberos, la Policía y de la Fundación SAR llegan al rescate de las personas sepultadas. Se traslada a tres de los heridos a la clínica Lourdes, y a seis, al hospital San Juan de Dios. Esa misma noche, las autoridades hablaron de fallas en la construcción.

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